jueves, 29 de octubre de 2009

poema


Que mueran las hadas
y el frio congele los corazones del mañana.
De todos modos hasta los árboles sangran.
Que las dagas atraviesen mis entrañas.
Pues ya no existen en mis ojos,
la luz y los sueños de cama.
Violenta la puerta, fue violada
y al rojo vivo se desarma mi alma;
Se tuerce revelada
en sonidos de sangre vana.
Rosas de silencio, rosas muertas
pisadas por damas desesperadas.
Tan solo sigue el viento,
el frío viento que no se calla.
Y qué fuerza me guía
si no es la de tu piel rosada.
Si sigo de pie mirando
el horizonte ensangrentado,
en el templo de la bestia
cual ha quedado crucificada.
Llorando con sangre,
extrañando a lo amado
de aquella dama.

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