jueves, 29 de octubre de 2009

PoeMas del Sarcofago humano


Mientras algunos sufren el sol, otros la sombra,
Unos huyen a la ciudad, otros a la eremita;
Sus objetivos son tantos como los caminos que toman
En la jornada de la vida; y esta tarea es la mía:
Pintar los sombríos horrores de la tumba;
El lugar designado para la cita,
Donde todos estos peregrinos se encuentran.
¡Tu socorro imploro, Rey Eterno! cuyo brazo
Fuerte sostiene las llaves del infierno y la muerte,
De aquella cosa temible, La Tumba.

Los hombres tiemblan cuando Tú los convocas:
La Naturaleza horrorizada se despoja de su firmeza
¡Ah, Cuán oscuros son tus extensos reinos,
Creciendo largo tiempo en deshechos pesarosos!
Donde sólo reina el silencio y la noche, la oscura noche,
Oscura como lo era el caos antes de que el sol
Comenzara a rodar, o de que sus rayos intentaran
Azotar la penumbra de tu profundidad.
La vela enferma, resplandeciendo tenuemente
A través de las bajas y brumosas bóvedas,
(Acariciando el lodo y la humedad mohosa)
Deja escapar un horror inabarcable,
Y sólo sirve para hacer tu noche más funesta.
Bien te conozco en la forma del Tejo,
¡Árbol triste y maligno! Que adora habitar
Entre los cráneos y ataúdes, epitafios y gusanos:
Donde rápidos fantasmas y sombras visionarias,
Bajo la pálida, fría luna (como es bien sabido)
Encapuchados realizan sus siniestras rondas,
¡Ninguna otra alegría tienes, árbol embotado!

Observad aquel santo templo, la piadosa labor
De nombres una vez célebres, ahora dudosos u olvidados,
Enterrados en la ruina de las cosas que fueron;
Allí yace sepultado el muerto más ilustre.
¡Escuchad, el viento se alza! ¡Escuchad cómo aulla!
Creo que nunca escuché un sonido tan triste:
Puertas que crujen, ventanas agitadas,
Y el pájaro hediondo de la noche,
Estafado en las espinas, gritando en los pasos sombríos
Su ronda negra y rígida, colgando
Con los fragmentos de escudos y armas andrajosas,
Enviando atrás sus sonidos, cargando el aire pesado
De los nichos bajos, las Mansiones de los muertos.
Despertados de sus sueños, las duras y severas filas
De espantosos espectros se movilizan,
Sonrisa horrible, obstinadamente malhumorados,
Pasan y vuelven a pasar, veloces como el paso de la noche.
¡Otra vez los chillidos del búho! ¡Canto sin gracia!
No escucharé más, pues hace que la sangre fluya helada.

Alrededor del túmulo, una fila de venerables olmos
Enseñan un espectáculo desigual,
Azotados por los rudos vientos; algunos
Desgarran sus grietas, sus troncos añejos,
Otros pierden vigor en sus copas, tanto
Que ni dos cuervos pueden habitar el mismo árbol.
Cosas extrañas, afirman los vecinos, han pasado aquí;
Gritos salvajes han brotado de las fosas huecas;
Los muertos han venido, han caminado por aquí;
Y la gran campana ha sonado: sorda, intacta.
(Tales historias se aclaman en la vigilia,
Cuando se acerca la encantada hora de la noche)

A menudo, en la oscuridad, he visto en el camposanto,
A través de la luz nocturna que se filtra por los árboles,
Al muchacho de la escuela, con sus libros en la mano,
Silbando fuerte para mantener el ánimo,
Apenas inclinándose sobre las largas piedras planas,
(Con el musgo creciendo apretado, con ortigas bordadas)
Que hablan de las virtudes de quien yace debajo.
Repentinamente él comienza, y escucha, o cree que escucha;
El sonido de algo murmurando en sus talones;
Rápido huye, sin atreverse a una mirada atrás,
Hasta que, sin aliento, alcanza a sus compañeros,
Que se reúnen para oír la maravillosa historia...

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